El viento había terminado su misión satisfactoriamente. Hasta el último rincón del planeta contaba con color. Fue un acto muy generoso desprenderse de sus pigmentos y darle matiz a todo lo que existe a nuestro alrededor. Con su aliento iba pintando vegetales, animales y cosas inertes; llenando de brillo y alegría el ambiente. No temía para nada quedarse blanco y mucho menos transparente.
Se sentía feliz de lo que había hecho. Gotear una parte de él en cada ser era como vivir en todo lo creado. Esa labor no fue cosa sencilla y mucho menos de un día. Tuvo que graduar intensidades, poner énfasis en los contrastes para que todo estuviera al nivel de la creación. Cuando volaba derramando color por prados, mesetas y cordilleras se maravillaba de lo bien que estaba quedando su trabajo y con suspiros de satisfacción iba tiñendo insectos, flores y seres humanos.
Dios se alegro por esa buena acción y lo doto de una gran fuerza, tanto es así que ahora podía levantar en vilo lo que sea, antes sólo acariciaba las siluetas y las movía levemente; pero además de eso lo convirtió en algo vital para la supervivencia de cualquier criatura, en algo indispensable.
Todo esto aconteció en los principios de la humanidad, cuando Dios creo a la primera pareja y la coloco en el paraíso. El viento lleno de color, por dentro y por fuera, a todos los entes animados e inanimados, incluyendo a la pareja, hasta desvanecer el último pigmento de su ser.
Por eso ahora no lo podemos ver se quedo transparente por su noble acción; pero el vive dentro y fuera de nosotros, de todo lo que vemos. Nos brindo el color y ahora nos brinda la vida.